
Edwin Paniagua
Una profesora me comentó que, en su colegio, unos estudiantesse reunieron con el Consejo Académico (los profesores y los directivos) y les plantearon que se aburrían en las clases por varias razones. Entre ellas, sobresalía la metodología de los docentes. Entendían los alumnos que los maestros utilizaban poco la tecnología y que los temas, rara vez, tenían aplicación en la vida diaria. “Los profesores no nos llegan”. Lo expresado por esos estudiantes puede ser muy útil para evangelizadores, catequistas, predicadores… En la Biblia, desde el Deuteronomio, tenemos una pista.
El texto leído nos indica, con claridad, dos aspectos: por un lado, nos invita a buscar todas las maneras posibles de transmitir la palabra y, por el otro, el objetivo es que llegue al corazón. La Real Academia define Oratoria como sigue: «Arte de hablar con elocuencia» (de deleitar, persuadir y conmover por medio de la palabra). Dicho de otra manera, lo que pretende un orador es conmover a su auditorio: hacerlo mover hacia sus planteamientos.
Nuestros obispos han reiterado que, para la transmisión de la fe,no hacen falta maestros, sino testigos. En la actualidad, nuestro testimonio se puede distribuir por una cantidad de medios incalculables, pero siempre teniendo presente que la finalidad es tocar y llegar al corazón del ser humano. El Concilio Vaticano II, en la encíclica Gaudium et Spes (
De lo anterior se deduce, pues, que la mejor manera de catequizar y evangelizar es amando, practicando el bien, en cualquier ambiente en que nos encontremos y, como decía san Pablo, “a tiempo y a destiempo” (2da. Timoteo 4, 2). En nuestra época, la corrupción de políticos, artistas, deportistas y, en general, del ser humano ha decepcionado a la inmensa mayoría. En ocasiones, hasta la actuación de ministros de la Iglesia. Necesitamos devolverle a la gente la confianza en la Palabra de Dios. Nuestra meta debe ser que cada corazón sea un sagrario que guarde Su palabra.