La institucionalidad democrática en los países que conforman Las Américas parece avanzar hacia un progresivo debilitamiento. Signo de esa tendencia es la desaparición o al menos reducción de los partidos tradicionales y simultáneamente la emergencia de nuevas agrupaciones partidarias, unas que se radicalizan del lado empresarial, llamadas de derecha; y otras que se manifiestan del lado populista llamadas de izquierda.
Mientras las primeras favorecen el crecimiento económico basado en la inversión empresarial privada, la otra pone el énfasis en la distribución de la riqueza y la reducción de la pobreza. Esas tendencias se dan dentro de un contexto donde ha predominado la visión doctrinal del neoliberalismo económico con su énfasis en el “libre mercado”, que a medida que se ha globalizado y generalizado ha hecho que el criterio de legitimidad política sea determinado por el dinero, en vez del criterio de la legitimidad democrática proveniente de la voluntad popular.
La legitimidad democrática que emana de procesos electorales libres y transparentes, se ve suplantada por la legitimidad fáctica del dinero, distorsionando los procesos electorales, dando lugar a la llamada “democracia clientelar” donde se vende y se compra la voluntad del pueblo.
El neoliberalismo económico ha hecho que predomine en ciertos grupos de derecha la visión empresarial de la política, mientras que los grupos de izquierda se concentran en la movilidad social convirtiendo la política como negocio y el Estado como una “piñata a repartir”.
Como consecuencia de esas posiciones extremas surgidas de la globalización neoliberal, en nuestra región se ha venido perdiendo la visión del desarrollo, sustituyéndola solo por la idea del crecimiento, despojando la política de todo sentido ideológico y ético. De esa forma se auspician la flexibilización y desregulación de las prácticas económicas y políticas, favoreciendo la conducta ilícita que se expresa en la corrupción y la impunidad.
Ese parece ser el cuadro general que caracteriza el estado de situación de la democracia en Las Américas, creándose un clima de inestabilidad, confrontación e ineficiencia de los Estados, cada vez más incapaces de promover el desarrollo bajo una visión más inclusiva y con rostro humano del capitalismo, por efecto de una lucha inviable entre las izquierdas y las derechas neoliberales.
De esa lógica ni los EE.UU se ha escapado, cuando el Presidente Trump intentó poner en peligro la democracia más estable del continente. De forma similar las últimas elecciones en Ecuador, México y Perú, son ejemplos de esa confrontación entre izquierda y derecha que amenaza con la estabilidad de las democracias latinoamericanas.
La superación de esa estéril confrontación debe hacernos plantear a nivel latinoamericano de una vía alternativa no para el crecimiento, sino para el desarrollo.
¡Es necesario, pues, una tercera vía que estabilice la democracia!
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