
Cuenta la tradición oral santiaguera una anécdota sobre la llegada a esta ciudad de un popular cantante y compositor mexicano llamado ¨El Charro Gil¨, a finales de los años 40. Eran los tiempos de un Santiago romántico y tradicional; también era un centro económico de importancia donde la educación y el arte musical, florecieron.
En ese contexto, ocupó un espacio muy importante: la vida bohemia, aquella donde se reunían en una casa de familia: poetas, trovadores y amigos en general, en una mezcla de comida y bebida, música y tertulia. Hubo varias casas muy famosas, entre ellas, la de Carlos Almonte en Los Pepines. Con el paso se unieron artistas amigos internacionales en visitas privadas, para compartir en un ambiente sencillo, sano y afable.
Así, pues, un buen día llegó a esta ciudad para distraerse un poco el artista popular: Felipe “El Charro” Gil (1913-1956). Hermano de Alfredo Gil, famoso integrante del clásico Trío Los Panchos. En 1938 lideró el grupo El Charro Gil y sus Caporales con el que grabó algunas de sus canciones: “Eso Si como No”, “El Parrandero”, “Canción del Mar”…
Reunido el selecto grupo junto al Charro, iniciaron la velada ofrecida al distinguido visitante. Entre tragos, comidas, acordes, composiciones, recuerdos artísticos…pasaron una noche muy agradable. Casi al terminar el encuentro, uno de los contertulios no quería dejar pasar esa ¨oportunidad de oro¨ y pidió al Charro Gil una serenata para su amada.
Felipe ¨Charro¨ Gil aceptó la invitación, pero antes se puso su traje típico de charro (pantalón y chaqueta de gamuza bordados, sombrero y revólver al cinto). Así, Piro Valerio, don Carlos y los demás caminaron hacia la casa de la joven ubicada en La Joya. Todo estuvo de maravilla, exceptuando el final de la serenata, cuando el mexicano, con el ¨entusiasmo¨ de unas copas de más, sacó su revólver y disparó dos tiros al aire.
¿Realizar disparos al margen del control de la dictadura de Trujillo? ¡Insólito!. Los tiros alertaron a la Policía, y en pocos minutos los agentes del orden interceptaron a los “serenateros”, siendo todos arrestados. Por tanto, fueron llevados a la Cuartel de la Policía, y, al despuntar el día, casi todos despachados sin cargos, porque las balas eran de salva, y quizá por la presencia de un artista extranjero.
Todos, menos al Charro Gil que le dispensaron un trato “especial”: fue llevado a la capital y directamente al único aeropuerto del país. Allá junto al avión, el oficial a cargo lo aconsejó diciéndole: ¨Sería conveniente que usted no vuelva más para acá, porque de lo contrario, se queda aquí para siempre¨.
Pasado el tiempo, El Charro contó esto último, en misiva dirigida a su amigo santiaguero, contándole esto último, para concluir la anécdota de aquel desmesurado susto.
Fuente: ©La Información.