La Semana Santa Ancestral en San José de las Matas

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San José de las Matas ha sido tradicionalmente un pueblo eminentemente católico. La celebración de la Semana Santa en esta comunidad se caracterizaba por su espíritu cristiano, muy diferente a cómo se celebra en la actualidad.

La tradición de una Semana Santa llena de fe, recogimiento y respeto fue promovida por Manuel de Jesús Moscoso, un hombre de Dios y para su pueblo, sacerdote de grandes iniciativas que llegó a esta comunidad en 1885 y permaneció hasta su muerte en 1917.

Desde el inicio de la Cuaresma se notaba el respeto que los habitantes del pueblo tenían por este periodo conmemorado por la Iglesia Católica. Desde los tiempos de Moscoso, muchas personas de los campos del municipio y de diversas partes de la región del Cibao venían para participar en las actividades que consideraban maravillosas y llenas de esplendor. Los visitantes recibían alojamiento en la mayoría de las casas del pueblo.

Dado que este período de cuarenta días era muy tranquilo, solemne y venerado, las fiestas patronales en honor a San José no se celebraban en marzo, sino en enero y luego en agosto, para respetar este periodo de devoción cristiana.

El Miércoles de Ceniza marcaba el inicio de la Cuaresma, cuando se colocaba ceniza en la frente de los feligreses como recordatorio de que somos polvo y en polvo nos convertiremos. En este día, se cubrían todas las imágenes de la iglesia con un manto morado, que permanecían así hasta el Domingo de Resurrección. Desde ese día, muchas personas realizaban ayunos y abstinencias, evitando comer carne los miércoles y viernes.

El Viernes de Dolores se dedicaba a la penitencia por los dolores que sufrió la Virgen María al ver a su hijo siendo martirizado. Se celebraba una misa temprano por la mañana, a la que asistían muchas personas que llegaban al pueblo desde los campos, rezando y elevando plegarias al Señor. Luego de la misa, se llevaba a cabo una procesión en honor a La Dolorosa.

El Domingo de Ramos dramatizaba la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, con una procesión por las calles y la confección de alfombras de palmas en el pasillo principal de la iglesia, sobre las cuales el sacerdote caminaba, rociando agua bendita.

El Jueves Santo, a las diez de la mañana, comenzaba una etapa de hermético silencio que era la más sagrada de toda la Cuaresma. Las labores ruidosas, como limpiar la casa, preparar las comidas, buscar y cortar leña, y tostar café, se realizaban antes de ese día. No se utilizaban caballos, y las personas que venían de los campos ataban sus animales en las afueras del pueblo. A los niños que se portaban mal en estos días se les decía que se prepararan para recibir una paliza cuando sonara la campana de Gloria, ya que antes no se permitía. En lugar de campanas, se utilizaba un artefacto llamado matraca, conocido popularmente como matracala, que consistía en una tabla con cascabeles en el medio que producía un sonido característico.

Los sacerdotes asistían a los oficios religiosos vestidos con una sotana negra en señal de luto, que no se quitaban en ningún momento.

No se permitía que las mujeres entraran a la iglesia con la cabeza descubierta. Las adultas llevaban una manta, mientras que las jóvenes usaban un velo. Además, vestían blusas de mangas largas y faldas hasta los pies, en contraste con la moda actual que luce como si fueran a la playa.

El Jueves a las 4 de la tarde se realizaba el Lavatorio, donde el sacerdote lavaba los pies de doce niños que representaban a los apóstoles. Según un artículo del periódico «El Diario» del 4 de abril de 1910:

«La Semana Santa, en la extensión de la palabra, quedó espléndida y no podía suceder de otro modo. El Cura Moscoso predicó el Jueves Santo y además pude observar en la iglesia doce niños sentados en muy buen orden en un banquillo. Después de terminada la ceremonia, le pregunté a un amigo qué significaban todos esos aparatos, a lo que me contestó: el número de niños que viste allí sentados representan a los doce apóstoles y el oficiador representa a Jesús lavándoles los pies.»

Más tarde, los niños fueron reemplazados por adultos. Al finalizar el Lavatorio, se cerraba la iglesia y se apagaban todas las luces. Luego, los presentes hacían ruido tirando bancos y golpeando las puertas. Este acto se conocía como «Las Tinieblas», que dramatizaba la oscuridad, el fuerte terremoto y el rasgamiento del velo del templo cuando Jesús murió. Por la noche, comenzaba la adoración del Santísimo o del Monumento, en la que muchas personas pasaban la noche en oración.

El Viernes por la mañana continuaba la adoración. A las 3 de la tarde se celebraba el Sermón de las Siete Palabras, que era pronunciado por un sacerdote invitado. Al concluir el sermón, se realizaba «El Paso de la Cruz», donde las personas se inclinaban ante la cruz, la besaban y ofrecían una limosna. Luego de esto, Simeón Estévez (Monseñor Goyita) y Juan Santana Jaquez, dos entusiastas del principio del siglo XX, bajaban la figura de Cristo de la cruz grande de la iglesia para depositarlo en un ataúd llamado Santo Sepulcro. Muchas mujeres se desmayaban y otras sufrían ataques de nervios debido a la emoción.

Al concluir esto, se procedía a realizar la procesión conocida como Santo Entierro. En tiempos del párroco Ignacio Quirino Alba, 1923-1941, uno de los curas más creativos de San José de las Matas, se celebraba el Santo Entierro con mayor fervor. Se llevaba a cabo la procesión sacando la imagen de San Juan y La Dolorosa, además de elegir a una joven con cabello largo para representar a La Verónica. Las Hijas de María y las Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús desfilaban vestidas de blanco. La Banda Municipal de Música, dirigida por José de Jesús Cerda, acompañaba la ceremonia tocando música sacra. A Cristo se le depositaba en un tabernáculo y quedaba custodiado por El Piquete, un grupo de hombres armados con fusiles de palo dirigidos por Chucho Torres y más tarde continuado por su hijo, Zoilo Torres.

Al anochecer, se realizaba otra procesión llamada La Soledad, en la que se sacaba a La Dolorosa, que salía en busca de su hijo llena de dolor. Posteriormente, llevaban a Cristo de vuelta a la iglesia y se rezaban los 33 credos, que eran recitados por los hombres. Los presentes bendecían los rosarios, escapularios y libros frotándolos en el sepulcro.

El Sábado, muy temprano, comenzaban los oficios y rezos. Se celebraba la misa, la bendición del agua y del fuego. Luego, el sacerdote entregaba la llave del Santísimo al presidente del Ayuntamiento, en presencia de todas las autoridades civiles y militares del pueblo (anteriormente se entregaba al jefe comunal). A las diez de la mañana se tocaba Gloria, que representaba que Jesús había resucitado. Esto se celebraba con repiques de campanas, fuegos artificiales, disparos de revólveres y algarabía general. Inmediatamente después, El Piquete sacaba un enorme muñeco que representaba a Judas Iscariote y lo llevaba por todo el pueblo a pie o en burro, acompañado por Francisco Torres (El Pitero) con una tambora y Braulio Rodríguez (Chikitin) con su trompeta. El primero tenía la particularidad de ser el único tamborilero sordo que se conocía. Luego, llegaban a El Fuerte, donde quemaban al Judas, con una algarabía aún mayor.

El Domingo por la madrugada se realizaba la Misa de Resurrección y luego una procesión con velas encendidas.

Estas tradiciones fueron desapareciendo con la llegada de los padres Misioneros del Sagrado Corazón a partir de 1943. Todavía se recuerdan los mitos y tabúes relacionados con la Semana Santa, como la creencia de que bañarse en el río convertía a la persona en pez, que el diablo andaba suelto en esos días y que no se debían cortar árboles porque derramaban sangre, entre otros.

Este artículo ha sido tomado del libro «Crónicas de San José de las Matas» del Dr. Piero Espinal Estevez.

¡Sigue leyendo para descubrir más!

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