El 3 de junio de 2003. Ese día marcó un momento oscuro en su brillante y explosiva carrera en las Grandes Ligas.
La relación entre memoria y olvido es innegable. No podemos hablar de la memoria sin mencionar el olvido, y olvidar no es necesariamente malo. De hecho, es a menudo beneficioso. Sin embargo, algunos eventos permanecen en la memoria colectiva, y este es uno de ellos.
Todos los éxitos acumulados en la vida pueden desaparecer en un abrir y cerrar de ojos por un error, y el 3 de junio de 2003 es un ejemplo claro de esto. Sosa, enfrentando al lanzador Geremi González de Tampa Bay, rompió su bate en un conteo de 3-2. Lo que debería haber sido una simple jugada se convirtió en una pesadilla cuando un trozo de corcho salió a la luz, empañando su reputación y carrera.
Sammy Sosa afirmó que el bate con corcho era para las prácticas de bateo y que lo utilizó por accidente. Sin embargo, Major League Baseball no tardó en reaccionar, suspendiéndolo por ocho juegos. Bob Watson, vicepresidente de operaciones de MLB, consideró el uso del bate ilegal como un “incidente aislado”, pero subrayó que merecía una penalización.
El árbitro Tim McClelland fue el primero en notar el corcho y, junto con el manager Dusty Baker y el receptor de los Rays, Toby Hall, el bate roto fue recogido por el relevista Mike Remlinger. Ese bate, roto y con corcho, fue subastado en el restaurante de Harry Caray por más de 14 mil dólares, convirtiéndose en el bate roto más caro jamás vendido.
A medida que pasa el tiempo, quienes disfrutamos de la era de Sammy Sosa esperamos que se pueda dar un justo acercamiento entre él, los Cubs y el béisbol en general. Sosa, con sus impresionantes jonrones en una época difícil para las Grandes Ligas, merece una placa en Cooperstown. Negarle ese derecho es una mezquindad de un sector de los periodistas de la Asociación de Escritores de Béisbol de América.
Información de Diario Libre fue utilizada en esta nota
