El traje azul

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Por Rafael A. Escotto.

Aquella mujer se levantaba de su cama al canto del gallo; se le veía salir de su habitación siempre engalanada, como la flor de la jacaranda, simplemente hermosa. Para ella acicalarse significaba algo espiritual; vestirse de azul era para ella algo así como escribir un poema, una especie de ritualidad; un culto espléndido a la pulcritud y, a la vez, una enseñanza.

Levantarse toda arreglada era para ella como salir de fiesta; solía vestirse con un traje color azul claro, parecido a aquel traje azul de rubio encanto, con un collar de amatistas, una piedra preciosa color violeta, en su cuello; aunque sus vecinas prefirieran verle trajeada con el color amaranto o rosa rojizo, el preferido de Rubén Darío, ella elegía vestirse de azul.

Cuando se detenía en medio de la sala, luego de salir de su aposento, realmente era como si estuviésemos viendo con ojos alegres una bella flor de jacaranda abrirse desde unas largas ramas.

Su figura saliendo de su habitación nos retrotraía a días olvidados, nos permite ver, por primera vez, a la manera del poeta mejicano Ruy Sánchez—, a aquellas flores que refrescan las calles y nuestra mirada cada primavera.

Es, como si volviéramos a oír cantar, al paso de los años, los goces que se multiplican en los oídos de los hijos la voz de aquella gran señora. Siempre soñamos con mirarle brillar resplandeciente en los atardeceres y, otras veces, rozagante al despuntar el día. Aquella gran dama nos hacia soñar en la distancia.

Si a García Lorca el alba le pareció alguna vez «semillero de nostalgia», la señora del traje azul claro saliendo de su habitación con el que solía vestirse todas las mañanas, como un dulce símbolo de inspiración y de paz, es también para el hijo evocación de emoción que le envuelve en las profundidades de los recuerdos de unas suaves caricias de madre.

Nos debemos, en este día inol­vidable de las madres, dejar páginas sueltas al viento; nos inclinamos a recoger unas flores en unos versos que le dejó Gabriela Mistral escritos a las madres del mundo:

«Madre, madre, tú me besas/pero yo te beso más/y el enjambre de mis besos/no te deja ni mirar… Si la abeja se entra al lirio/no se siente su aletear/cuando escondes a tu hijito/ni se le oye respirar… Yo te miro, yo te miro/sin cansarme de mirar/y qué lindo niño veo/a tus ojos asomar…»

Te recuerdo como la mujer que no dio tregua a la vida, ni descanso al destino; Madre celosa y abnegada de sus hijos; ¡Bendición de Dios; regalo Divino!

Feliz día de las madres.

Fuente: La Información. 

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