La realineación MLB dejó de ser un rumor para convertirse en tema central del béisbol. El propio Rob Manfred, comisionado de Grandes Ligas, encendió el debate durante el Little League Classic, al dejar abierta la posibilidad de modificar la estructura que durante más de un siglo ha dividido al juego en Liga Americana y Liga Nacional.
El argumento parece lógico: menos viajes, menos desgaste para los peloteros, horarios más cómodos para la televisión y series de postemporada más atractivas. En papel suena bien. En la práctica, significa un golpe directo a la tradición.
Una liga al estilo NBA
Manfred plantea un modelo parecido al de la NBA o la NHL, con conferencias Este y Oeste. En ese esquema, Yankees y Mets podrían compartir división y enfrentarse hasta 13 veces por temporada. Lo mismo ocurriría con Dodgers y Giants en la Costa Oeste, reforzando rivalidades históricas, pero también abriendo nuevas como Braves contra un eventual equipo en Nashville.
La realineación MLB se entrelaza con otro plan: la expansión. Ciudades como Salt Lake City y Nashville aparecen en primera fila, aunque también se mencionan Portland, Orlando y Charlotte. Nuevos equipos significan nuevas rivalidades y un mapa totalmente distinto.
Entre modernidad y nostalgia
Las reacciones no tardaron. Para algunos, es un paso natural hacia un calendario más justo y atractivo. Para otros, como la voz de los Mets, Howie Rose, es “el último golpe a las tradiciones que hicieron grande al béisbol”. El exjugador Cameron Maybin advierte que divisiones desbalanceadas podrían diluir el valor de los playoffs.
Manfred, que dejará su cargo en 2029, sabe que este podría ser el movimiento que marque su legado. La pregunta es si los aficionados, guardianes férreos de la historia del béisbol, aceptarán una liga sin el clásico sello de Nacional y Americana.
Lo cierto es que, en este juego, el reloj avanza y la decisión parece más cerca que nunca.
