OPINIÓN

Violencia: un homicidio cada 8 horas en RD

Rafael Baldayac.

El homicidio es la acción de causar la muerte de otro ser humano. Está regulado en el Código Penal y protege el bien jurídico de la vida humana. Este término que procede del latín “homici­dium”,  puede utilizarse por lo tanto, como sinónimo de asesinato o crimen.

Jurídicamente, es un delito que consiste en matar a alguien, por acción u omisión, con intención o sin intención, sin que concurran las circunstancias de alevosía, precio o ensañamiento, propias del ase­sinato.

La República Dominicana en este contexto tiene un problema de violencia latente: cada año supera los mil homicidios. Se estima en más de doce mil  las personas que han muerto violentamente en los últimos diez años.

Según el Análisis Estadístico de Criminalidad ofrecido por el Gobierno dominicano, el año pasado se produjeron en total 1,475 homicidios. Una cifra espeluznante ya que  implica tres homicidios al día, uno cada ocho horas.

Un fenómeno que afecta tanto a hombres como a mujeres, adultos y jóvenes. Ningún dominicano se salva de estar expuesto a robos, armas y, sin duda, homicidios.

Los datos escalofriantes señalan que el 45.4 % de los homicidios en 2023 corresponden a conflictos sociales. El número asciende a 669 víctimas. Esto es preocupante, pues denota una cierta agresividad en el día a día de los dominicanos.

República Dominicana, en segundo lugar, registra 359 homicidios que corresponden a la delincuencia, lo que significa el 24.3 %. 268 crímenes están siendo investigados, el 18.2 %, y 179 se declararon como acciones legales.

La violencia nació con la humanidad. “Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató” (Génesis 4:4).

A partir de ahí, la especie humana ha vivido bajo los efectos de un síndrome indeseable, insoportable e ingobernable; de seres que maquinan y ejecutan sin inmutarse los más sangrientos hechos contra la humanidad. Se han sucedido en nuestro país con una frecuencia sorprendente en los últimos días.

La violencia se define como “la fuerza física ejercida con el propósito de violar, dañar o abusar”, y por desgracia, la violencia es una parte de la vida cotidiana. Está en nuestras películas y series de televisión, y vivimos en un mundo donde el poder a menudo se establece mediante la violencia.

Es una tendencia que se manifiesta en todos los órdenes de nuestra vida cotidiana; en el trato con la pareja, con los hijos, con los compañeros de trabajo, con los vecinos; con casi todo el mundo.

Se evidencia en nuestro vocabulario,  nuestras reacciones, nuestros gestos y maneras de tratar con los demás. Es como si la violencia fuese la norma de nuestra conducta.

“Y se corrompió la tierra delante de Dios; y estaba la tierra llena de violencia” (Génesis 6:11).  Así des­cribe el texto bíblico la condición del mundo en la antesala del diluvio universal.

Dios llama hoy a la reflexión mediante su Pala­bra: “porque el país está lleno de violencia hasta el último rincón” (Salmos 74:20).  Y nos preguntamos: ¿De dónde vienen las guerras y pleitos entre nosotros?  ¿No es de nuestras pasiones, las cuales combaten en nuestro interior? (Santiago 4:1).

Es la pasión por dominar, sobresalir, imponerse a toda costa, la inconformidad con la aceptación de los demás y no la nuestra, como fue el caso de Caín.

No puede haber paz mientras fabricamos armas destructivas; mientras el negocio de las armas prolifera.

Y mucho menos mientras haya tanta violencia intrafamiliar en nuestra sociedad post-moderna. Los organismos internacionales le han dado el calificativo de “Pandemia social”.

¿Cómo podemos esperar una sociedad sosegada regalando armas de juguete a los niños, películas y juegos de guerra? Si sembramos vientos cosecharemos tempestad.

El cambio solo puede lograrse cambiando el corazón y sentir de la humanidad y eso solo es posible por medio del nuevo nacimiento propuesto por Jesús.   Sepan que el fin de la violencia llega cuando el evangelio deja de ser religión y se convierte en una relación; cuando el temperamento humano es transformado por aquel que dijo en Juan 14:27:

“La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden”.

Fuente: La Información

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