Dos terribles tragedias han sacudido recientemente el norte de África, teniendo un impacto devastador en Marruecos y Libia. En Libia, una serie de lluvias torrenciales y el colapso de dos represas han dejado una ciudad costera, Derna, en estado de emergencia. Se estima que hay alrededor de 10,000 personas desaparecidas, 30,000 desplazadas y un número significativo de víctimas mortales que aún no se ha confirmado.
La compleja situación política de Libia, con dos autoridades en conflicto y numerosos grupos armados, complica aún más la respuesta a esta catástrofe. La tragedia pone de relieve la vulnerabilidad de un país desértico ante los efectos del cambio climático y señala la negligencia en la infraestructura y el sistema de alerta meteorológica después de años de inestabilidad.
Por otro lado, en Marruecos, un fuerte terremoto de magnitud 6.8 ha causado estragos en la zona rural de la cordillera del Atlas, dejando un saldo inicial de al menos 3,000 personas fallecidas y más de 5,000 heridas. Las operaciones de rescate se ven obstaculizadas por la topografía montañosa de la región.
La respuesta inicial de las autoridades marroquíes ha sido criticada, y los ciudadanos han asumido un papel activo en las labores de ayuda humanitaria. A pesar de las ofertas de ayuda internacional, Marruecos ha sido selectivo en su aceptación, preocupado por la coordinación en medio de la crisis.
Además de las pérdidas humanas y de infraestructura, el desastre plantea preocupaciones sobre el impacto en la industria turística, crucial para la economía marroquí. Esta situación éticamente compleja también genera reflexiones sobre cómo los viajeros deben abordar la perspectiva de visitar un país que ha experimentado una catástrofe.
