Crisis migratoria. Esas dos palabras llevan años resonando en las esquinas del país. Pero ahora retumban como un tambor de guerra en cada rincón de la nación. Abel Martínez, excandidato presidencial y líder político, alzó su voz con la claridad de quien no teme llamar las cosas por su nombre.
Respaldó la convocatoria del presidente Luis Abinader a los expresidentes para abordar el tema. Pero su apoyo no llegó con aplausos vacíos. Llegó con exigencias. “La patria no puede ser un escenario de teatro donde se simulan diálogos para legitimar decisiones ya tomadas”, dijo, con tono firme.
Para Abel, este no es momento de fotos ni discursos. Es momento de verdades. Porque lo que antes fue un problema, hoy es un desborde. “Una frontera sin autoridad, comunidades al límite, delincuencia suelta y un medio ambiente al borde del colapso”, enumeró con crudeza.
No más gestos, sí a la responsabilidad
Martínez no se fue por las ramas. Acusó a todos los gobiernos de haber bajado la guardia. Habló de años de indiferencia, presiones internacionales, y una complicidad disfrazada de diplomacia. “El descontrol migratorio ha tocado fondo”, sentenció. Y en su voz no había espacio para ambigüedades.
Advirtió que ya no basta con llamar al diálogo. Ese diálogo —dijo— tiene que ser auténtico. Tiene que nacer de la voluntad de corregir errores, no de cubrirlos con palabras bonitas. “La historia no perdonará a quienes callen ahora”, advirtió. Y su mensaje fue claro: no más evasivas, no más parches, no más discursos que se lleva el viento.
La crisis migratoria no es solo un tema de frontera. Es un asunto de identidad, de seguridad, de futuro. Y el pueblo, según Abel, ya no quiere símbolos. Quiere decisiones. Porque cuando la soberanía tiembla, no se puede andar con medias tintas.