“El caballero de París” (Relato)

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Lincoln López

Lincoln López por Mercader.

Un correcto y discreto caballero santiaguero,  cada mañana de lunes a viernes, sale caminando de su casa solariega, antigua y aristocrática, a las 9 en punto hacia un destino anónimo hasta las 12 del mediodía. A ese extraño propietario no se le conoce otros patrimonios, sean profesionales o no, que necesariamente debe poseer.

Su preciosa y bien cuidada casa, de riguroso estilo victoriano, no puede ser ignorada por los transeúntes en medio de las modernas y contrastantes estructuras levantadas, arropando el mismísimo centro de la ciudad, llamado de manera imprecisa “Zona colonial”; pero, ¿De cuáles épocas coloniales, están hablando? Basta evocar aquella quintilla del padre Juan Vásquez para enterarse de las distintas dominaciones extranjeras y vejaciones que hemos sufrido: “Ayer español nací, a la tarde fui francés, en la noche etíope fui, hoy dicen que soy inglés, ¡no sé qué será de mí!”.

Por su compostura y apariencia, su estatus y su conocida ascendencia francesa, ese hombre ermitaño, sin esposa y sin hijos,  fue “bautizado” por nuestro pueblo, muy inclinado a utilizar los apodos, como “El caballero de París”. Desde luego, esa denominación no tuvo la intención de compararlo con otro personaje, distinto y famoso, llamado igualmente: “El caballero de París” (No era de París, era de España). Vistió siempre con traje y capa ambas negras, el “caballero” con su pelo largo desaliñado y con barba, deambulaba por las calles de La Habana en los años de 1950, saludando a todo el mundo y discutiendo de todo: de filosofía, de religión de política…

Aquel “Caballero de París” lo conocimos a través de una popular canción difundida ayer en programas radiales dominicanos, y, no por la lectura de la triste biografía del personaje. La popular canción era interpretada por el gran artista cubano Barbarito Díez, reconocido como “La voz de oro del danzón”, y compuesta por el pianista y compositor cubano Antonio María Romeu quien lo inmortalizó: “Mira quien viene por ahí, ¡¡El Caballero de París!!”.

Nuestro “Caballero” es más vacío, más insulso, más desteñido, menos locuaz y loco. Que no se mete con nadie. Que no se compromete con nada ni con nadie. Que no dejará un legado ni cultural, ni educativo…Nada. “Ni carne ni pescao”. Indiferente.  No considero a esas personas como neutrales o imparciales. Al contrario, ellas, ocultan sus reales convicciones, teniendo muy claro que deben flotar en cualquier sistema, social, político…

Personas como esas, van sucumbiendo ante la sociedad actual. Pero, si la nueva generación no se forma en el conocimiento crítico e integral, si no lucha, ni se compromete…

…entonces, habremos cambiado de formato, no de sustancia… de envase, no de contenido.

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