En el corazón de la Navidad late un misterio profundo que conecta el nacimiento de Cristo con su sacrificio y gloriosa resurrección. La humildad de Belén anticipa la grandeza del Calvario, y cada símbolo de este tiempo nos invita a contemplar la plenitud del plan de Dios:
– La corona de Adviento, con su luz de esperanza, prefigura la corona de espinas que redimirá al mundo.
– El cuerpo encarnado en el vientre de la Virgen María será inmolado en la cruz por amor.
– El Niño colocado en un pesebre, envuelto en pañales, será también el Cordero colocado en un sepulcro, envuelto en sábanas.
– Los cánticos de los ángeles en Navidad darán paso al triunfo pascual, cuando los sepulcros se abran y la vida venza a la muerte.
– El que nació en humildad resucitará en gloria, y con ello, Su victoria será también la nuestra.
¡Bendita la Navidad! En esta noche santa, en la «Casa de Pan» de Belén, comenzó la historia de nuestra salvación. Allí se reveló el verdadero Maná del Cielo: Cristo Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre.
El profeta Miqueas lo anunció siglos antes:
«Pero tú, Belén Efrata, aunque eres pequeña entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que ha de ser Gobernante en Israel. Y Sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad» (Miqueas 5:2).
Hoy, en este día de Navidad, que nuestros corazones se llenen de gratitud y esperanza, recordando que, nacido en un humilde pesebre, Cristo transforma nuestra oscuridad en luz y nuestra mortalidad en vida eterna.
¡Feliz Navidad! Celebremos con alegría el inicio de la historia que culmina en la gloria eterna.