La pasión por leer encuentra nuevas formas de manifestarse. En calles, parques y carretas, los libros usados vuelven a contar historias.
En un mundo dominado por lo digital, los libros usados siguen contando con una legión de fieles. Para ellos, una página ajada vale tanto como una pantalla encendida. Estos libros no solo guardan historias, también las transmiten a quien se atreva a rescatarlas del olvido.
Proyectos como Libro Reliquia, Bibliorefri, El carretón de libros, Intercambia Libros RD y Cafecito del Parque, demuestran que la lectura no necesita lujos, solo voluntad. Que los libros viejos no caducan, solo esperan otra oportunidad.
La segunda vida de los libros
Manolo Patrocino lo entendió hace más de dos décadas. Su tienda, Libro Reliquia, es un santuario para buscadores de joyas literarias. Desde ediciones agotadas hasta primeras impresiones, allí cada libro tiene una historia doble: la del autor y la del lector anterior.
“El que busca libros usados no solo quiere leer, quiere encontrar”, dice Patrocino. Y tiene razón. Su clientela va desde estudiantes hasta jueces, desde coleccionistas hasta poetas. Todos atraídos por el valor silencioso de esas páginas recicladas.
Más allá de la compraventa, iniciativas como Bibliorefri convierten refrigeradores viejos en bibliotecas comunitarias. Lo que antes almacenaba comida, ahora alimenta el alma. Esta iniciativa nacida en México y adoptada en República Dominicana, transforma basura en cultura. Cada nevera pintada es un altar de la imaginación.
También rueda por las calles El carretón de libros, una biblioteca sobre ruedas que presta libros gratis y promueve actividades culturales. Es la lectura llevada al barrio, sin burocracia ni etiquetas.
Y si se trata de intercambiar, Intercambia Libros RD permite que tus libros leídos encuentren nuevo hogar. Todo gratis. Como debería ser la cultura.
Lectura que se comparte, cultura que se multiplica
El Cafecito del Parque, en pleno Parque Iberoamericano, es otro ejemplo de cómo el intercambio de libros puede florecer en espacios públicos. Aquí, dejar un libro significa abrirle el mundo a otro.
Todos estos proyectos tienen algo en común: la creencia de que leer debe estar al alcance de todos. Que ningún libro merece quedarse cerrado. Y que la cultura, cuando se comparte, no se agota, se multiplica.
Así, los libros usados se convierten en puentes. Entre generaciones. Entre desconocidos. Entre lo que fuimos y lo que aún podemos descubrir. Porque un libro, aunque viejo, nunca está vencido. Solo espera volver a ser abierto.
Con Información de Diario Libre