Juncalito, Santiago — En la frescura de las montañas, entre caminos cubiertos de neblina y abrazos sinceros, Juncalito vivió una noche para el alma. Allí donde el verde abraza al cielo y la comunidad camina al ritmo de la tradición, la Orquesta Metropolitana de Santiago hizo vibrar corazones con un concierto lleno de emociones, recuerdos y gratitud. La música fue el lenguaje; la memoria, el motivo.
El evento, celebrado como parte de las fiestas patronales de San Antonio de Padua, tuvo un propósito claro: honrar a Juanita Tejada de Taveras, una mujer que no solo fue maestra, sino también madre espiritual de generaciones enteras. Su legado aún vive en cada aula, en cada niño, en cada historia contada al calor de un fogón.
Un homenaje que tocó el alma
La ceremonia inició con palabras llenas de verdad. El sacerdote Darinel Reyes recordó el valor de mirar hacia nuestras raíces en un mundo que corre sin detenerse. Pronto, el silencio fue reemplazado por la fuerza de los violines, los metales y las voces. Pero lo que se escuchaba no era solo música: era un homenaje, una caricia al recuerdo.
Carmen Yris Taveras, hija de Juanita, fue quien le dio voz a ese legado. Su semblanza, leída entre emociones, conectó a todos con una historia que no era solo de ella, sino de todo un pueblo. Juanita no fue solo una educadora, fue una sembradora de valores. Su entrega, su lucha, su amor, siguen vivos en Juncalito.
Melodías que despiertan la memoria
La orquesta interpretó temas que cruzan generaciones: Mi Bendición, un medley en honor a Víctor Víctor, y el siempre alegre Compadre Pedro Juan. Cada nota era un puente entre pasado y presente. La música, como la memoria, tiene esa magia: nos hace sentir que todo sigue vivo.
Los niños aplaudían fascinados. Los adultos cerraban los ojos, recordando bailes, amigos, tiempos idos. Era una fiesta distinta. Una donde el arte no solo entretiene, sino también une y sana.
Cultura para todos
Este concierto fue parte de “Sinfonía para el Pueblo”, una iniciativa que lleva arte sinfónico a comunidades rurales. Y anoche quedó demostrado: la cultura no necesita salones lujosos para brillar. Basta un pueblo con alma, una orquesta con corazón y una historia por contar.
Juncalito vivió algo más que un espectáculo. Vivió un abrazo colectivo, una noche en la que la música sirvió para decir gracias, para recordar y para volver a creer.
Una noche que no se olvida
Cuando la última nota se despidió en el viento, los aplausos parecían no tener fin. No era solo por la orquesta. Era por lo que esa noche representó: una comunidad celebrando su historia, una mujer que sigue presente en cada paso, y un futuro donde la cultura sigue siendo el mejor camino para encontrarnos.
Porque como dice la música que se toca con el corazón: lo que se hace con amor, nunca muere.