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Revive la Santa Misa del Domingo de Pentecostés en la Parroquia San José

¡Revive la emoción y la espiritualidad de la Santa Misa del Domingo de Pentecostés desde la Parroquia San José en San José de las Matas! 🙏🕊️

No te pierdas la oportunidad de experimentar nuevamente este encuentro sagrado, presidido por el Padre Manuel Segura (MSC), lleno de oraciones, lecturas inspiradoras y la promesa de la presencia continua de Jesucristo entre nosotros.

Haz clic en el VIDEO para revivir este hermoso momento de fe y comunión:
¡Que esta experiencia te llene de paz y renovación espiritual! ✨ #SantaMisa #Pentecostés #ParroquiaSanJosé #SanJoséDeLasMatas

Evangelio (Jn 20, 19-23)

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Comentario al Evangelio

Ha llegado Pentecostés: la fiesta por excelencia del Espíritu Santo. Hoy, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, la Persona Divina que lleva a cabo su tarea santificadora de manera silenciosa y discreta, irrumpe con toda la fuerza de su poder para recordarnos que es Él quien hace la Iglesia.

La escena que nos presenta el evangelio de San Juan no deja de ser paradójica. Nos encontramos en el anochecer del Domingo de Resurrección. Por las narraciones de los cuatro evangelistas, sabemos que aquel día fue frenético: idas y venidas desde el sepulcro, personas que aseguran haber visto al Señor, los de Emaús que van desolados y vuelven jubilosos, llantos, abrazos, estupor. Y, sobre todo, alegría, mucha alegría. Los testimonios —La Magdalena, Pedro, Cleofás— son suficientes para que los discípulos incrédulos al menos duden de su incredulidad.

Y, sin embargo, a esas personas las encontramos ahora encerradas por miedo.

La historia de la humanidad ha cambiado para siempre: Cristo ha resucitado. No obstante, el cambio que se había de operar en los apóstoles estaba por hacerse: todavía conservaban los rezagos de ese temor que los hizo abandonarlo en el Calvario. Tiemblan ante la idea de correr la misma suerte.

Así, mientras en los corazones de los que ama se entremezclan esos sentimientos, Jesús Resucitado se aparece en medio de ellos.

Para nuestra vida cristiana, es muy importante que nos fijemos con atención en los gestos del Señor. En particular, esta escena es clave para comprender cómo responde Dios frente a nuestros miedos, que muchas veces son el obstáculo que nos impide corresponder a su gracia.

Jesús hace cuatro cosas: les da la paz, les pide que levanten la mirada para que contemplen sus llagas, les da la misión, y con ella, la posibilidad de perdonar los pecados.

Es maravilloso ver cómo el Señor responde frente al temor: con una vocación. La llamada de Dios, que incluye siempre el sentido de misión, es en sí misma la respuesta a nuestras propias debilidades y cobardías.

Jesús no espera que sus apóstoles se conviertan en hombres valientes para después enviarlos. Los envía justamente cuando están asustados: porque su paz y su fuerza no vendrán de las cualidades humanas o de las circunstancias favorables. Vendrán del Espíritu Santo que reciben en ese momento.

La Iglesia se hizo, se hace y se hará por la acción del Paráclito. Nuestra tarea no es otra que dejarnos guiar por Él. Por eso no caben ni las inhibiciones ni la vanagloria.

A partir de entonces, la vida de los apóstoles se resumirá en proclamar por todos los sitios que Jesús es el Señor. Pero como dice san Pablo en la segunda lectura, para poder afirmar eso necesitamos al Espíritu Santo (1 Corintios 12, 3). No podemos dar un solo paso en la vida espiritual, ni siquiera el más sencillo, sin la asistencia de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Por eso decimos en la secuencia previa a la proclamación del Evangelio en la Misa de hoy: Mira el vacío del hombre, si Tú le faltas por dentro.

Esta Solemnidad es una ocasión estupenda para pedir con fe una renovación de nuestra vida espiritual y para interceder por los cristianos del mundo entero. Al convocar el Concilio Vaticano II, Juan XXIII pedía oraciones para lo que él llamó “un nuevo Pentecostés” en la Iglesia. Esa expresión, nuevo Pentecostés, podría servirnos como un anhelo que diariamente marque el paso de nuestro trato con el Espíritu Santo.

Para eso, podemos acudir a María, protagonista indispensable de lo que celebramos hoy, para que de Ella aprendamos a decir hágase a cada moción del Espíritu Santo. La Virgen también se turbó frente a la presencia y el anuncio del Ángel (cfr. Lucas 1, 29). Sin embargo, no fundamentó su respuesta en la inquietud que sentía: la fundamentó en la seguridad de que era Dios quien la llamaba.

Así se hace la Iglesia, así se han portado los santos, y así espera el Espíritu Santo que vivamos nosotros. Solos no podemos, pero con Él sí.

Hoy la Iglesia celebra la Solemnidad de Pentecostés, en la cual se conmemora la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, a los cincuenta días después de la Resurrección de Cristo.

La venida del Espíritu Santo, Solemnidad de Pentecostés, es una de las grandes fiestas para la Iglesia Católica, debido a que en este día, el Espíritu Santo vino sobre la Iglesia de una forma muy especial, trayendo una esperanza renovada y fuerza para el anuncio del Evangelio.

Origen de la Fiesta

Los judíos celebraban una fiesta para dar gracias por las cosechas, 50 días después de la Pascua. De ahí viene el nombre de Pentecostés. Luego, el sentido de la celebración cambió por el dar gracias por la Ley entregada a Moisés.

En esta fiesta recordaban el día en que Moisés subió al Monte Sinaí y recibió las tablas de la Ley y le enseñó al pueblo de Israel lo que Dios quería de ellos. Celebraban así, la alianza del Antiguo Testamento que el pueblo estableció con Dios: ellos se comprometieron a vivir según sus mandamientos y Dios se comprometió a estar con ellos siempre.

La gente venía de muchos lugares al Templo de Jerusalén, a celebrar la fiesta de Pentecostés.

En el marco de esta fiesta judía es donde surge nuestra fiesta cristiana de Pentecostés.

Oración

«Espíritu Santo, fuente inagotable de todo lo que existe, hoy quiero darte gracias. Gracias ante todo por la vida, porque respiro, me muevo, siento cosas, mi cuerpo funciona, mi corazón late. Hay vida en mí. Gracias porque a través de mi piel y mis sentidos puedo tomar contacto con los seres que has creado. Porque el aire roza mi piel, siento el calor y el frío, percibo el contacto con las cosas que toco. Gracias porque mi pequeño mundo está repleto de pequeñas maravillas que no alcanzo a descubrir.»

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