Cuando Internet comenzó a conectar al mundo, las redes sociales se presentaron como una herramienta revolucionaria para la comunicación y la participación ciudadana. Se pensaba que permitirían democratizar la opinión pública, dando voz a todos y fortaleciendo el debate.
Sin embargo, en lugar de enriquecer la conversación, muchas plataformas han evolucionado hacia espacios donde la desinformación y la superficialidad prevalecen. Las redes sociales, que podrían haber servido como un instrumento de vigilancia y participación activa, se han convertido en vehículos para la difusión de rumores, calumnias y ataques sin fundamento. La lógica de «miente, que algo quedará» se ha normalizado, dejando a la verdad en un segundo plano.
Este problema no se limita a lo digital. La presión por ser los primeros en publicar ha llevado incluso a medios tradicionales a descuidar la verificación y el contraste de información, contribuyendo a un ecosistema de confusión y desconfianza.
El daño es evidente: reputaciones destruidas, sociedades polarizadas y una cultura donde la negatividad se propaga con más rapidez que la verdad. Lo que nació para conectar, en muchos casos, ha terminado fomentando el odio y la desinformación.
Ante esta realidad, es urgente promover un uso responsable de las redes sociales, basado en el pensamiento crítico y la veracidad. Es tarea de todos—usuarios, medios y plataformas—priorizar la información verificada sobre el sensacionalismo y construir un espacio digital que fomente el respeto y el diálogo constructivo.
La transformación es posible si asumimos la responsabilidad de hacer de las redes sociales una herramienta para el bien, en lugar de un escenario para la difamación y el caos.
Fuente: El Caribe