La Gran Arena del Cibao, orgullo deportivo del norte del país, está literalmente… haciendo aguas. Sí, como lo escucha. El techo del mayor aforo techado de toda la región Cibao se cae a pedazos, mientras las lluvias se cuelan hasta el tabloncillo y las oficinas. Las goteras ya no son simples filtraciones: son una vergüenza visible, constante, que pone en riesgo la actividad deportiva y la seguridad de quienes acuden al recinto.
¿Lo más grave? Nadie se hace responsable. El presidente del patronato dice que no sabía nada. El administrador reconoce que no hay recursos para reparaciones. Y desde la Asociación de Baloncesto de Santiago, simplemente se lavan las manos porque "no son ingenieros".
Y mientras tanto, ese techo —que no recibe mantenimiento desde la remodelación del 2008— sigue deteriorándose. Fuentes señalan que incluso le fueron robadas planchas de cobre, y reemplazadas por láminas de zinc de baja calidad, incapaces de soportar la acumulación de agua.
Esta situación no es solo un problema técnico, es un reflejo de la falta de gestión, de visión y de amor por el deporte y por nuestra infraestructura pública. La Gran Arena del Cibao ha sido sede de grandes emociones, eventos nacionales e internacionales. No merece este abandono.
¿Hasta cuándo vamos a esperar que ocurra una tragedia para actuar? ¿Cuánto más aguantará la paciencia de jugadores, entrenadores y fanáticos? Es hora de que el Estado, el patronato, y todos los actores involucrados se sienten, se responsabilicen y actúen. Porque si no lo hacen ahora, lo próximo que veremos caer… no será una gotera, será la confianza del pueblo.