Herencia incómoda
Las casas de Trujillo aún se alzan, aunque marchitas, como sombras de un pasado que la República Dominicana no termina de resolver. Residencias que alguna vez fueron templos de lujo y miedo, hoy son esqueletos rodeados de maleza, ventanas rotas y paredes despintadas.
La más célebre, la Casa de Caoba en San Cristóbal, esperaba al dictador la noche de su asesinato, el 31 de mayo de 1961. Trujillo nunca llegó. Su Chevrolet azul fue acribillado antes de alcanzar el destino. Desde entonces, la residencia ha permanecido en pie, cargada de silencio, de recuerdos oscuros y de un debate que no cesa: ¿qué hacer con estas ruinas del poder?

Pie de foto, Seis de los siete hombres que mataron al dictador Trujillo fueron asesinados por su hijo, Ramfis, en la Hacienda María, también en la provincia de San Cristóbal.
Entre la memoria y el olvido
Algunos piden transformarlas en museos, espacios donde las nuevas generaciones comprendan la brutalidad de la dictadura. Otros, en cambio, temen que restaurarlas termine glorificando al tirano y prefieren demolerlas o darles un uso distinto: centros culturales, escuelas, refugios.
El dilema no es solo arquitectónico, es moral. Las casas de Trujillo fueron escenario de abusos, símbolo de un régimen que confundió lo público con lo privado, que sembró miedo y construyó un culto enfermizo a la personalidad. Mantenerlas en pie es mirar de frente a ese pasado; derribarlas, quizá, un intento de sepultarlo.
Más de seis décadas después, la figura de Trujillo sigue dividiendo, y sus mansiones vacías son un espejo de esa memoria inconclusa. Son ruinas que pesan, como piedras sobre la conciencia de un país que aún busca cómo contar su propia historia.
Este texto es una adaptación de un artículo publicado originalmente por BBC News Mundo. Si deseas leer la versión original, haz clic aquí.