En el corazón de París, donde por siglos el arte ha hablado más que las palabras, el Louvre cerró. Esta vez no fue por guerra, ni por pandemia, ni por amenazas externas. Fue por algo más profundo: el grito de auxilio de quienes cuidan sus tesoros.
Lo que debía ser otro día de visitas masivas se convirtió en un símbolo del agotamiento. El museo más visitado del mundo, casa de la Mona Lisa y de tantas obras que han sobrevivido siglos, quedó en silencio porque su personal dijo “basta”.
Cuando la fama ahoga
Más de 20 mil personas al día pasan frente a la Mona Lisa. Muchos no la ven, solo apuntan sus celulares entre empujones y calor. La experiencia dejó de ser artística y pasó a ser caótica. Detrás del vidrio, Lisa sonríe; pero fuera de él, el personal sufre.
Una reunión rutinaria del personal bastó para estallar en huelga. Galeristas, taquilleros y agentes de seguridad se negaron a trabajar. Denuncian que el Louvre está desbordado, que no hay personal suficiente, que las condiciones ya no se aguantan. “No es solo el arte. Somos nosotros también”, dijo una trabajadora del sindicato.
Los turistas esperaban bajo la famosa pirámide de vidrio sin entender qué pasaba. “Hasta la Mona Lisa necesita un día libre”, soltó un visitante con ironía amarga.
La renovación no llega
El gobierno francés prometió cambios. El “Nuevo Renacimiento del Louvre”, un plan para restaurar, modernizar y reubicar espacios, está en camino… pero se siente lejano. Macron quiere una nueva sala para la Mona Lisa y una entrada alternativa para evitar las aglomeraciones. Pero eso es en 2031. El problema es ahora.
El Louvre cerrado por su propia fama. Ese es el titular real. Un ícono del arte colapsado por el turismo masivo y el abandono institucional. Y si no se actúa pronto, puede ser la primera de muchas pausas forzadas en los templos de la cultura mundial.