César Pérez
Hoy 10 de diciembre, es el Día de los Derechos Humanos, instituido por la ONU para difundir el valor perenne de esos derechos. Nos encuentra consternados por el trágico final del calvario de una niña haitiana en una desaprensiva excursión del Colegio Da Vinci, en Santiago. Nos llega en este periodo navideño que se inicia y en este convulso momento en que la bestia del racismo recorre el mundo, provocando guerras, un holocausto en Gaza y persecuciones diversas que terminan muertes individuales o colectivas. Es pertinente que insistamos en la condena a ancestrales e innegables expresiones discursivas y concretas de racismo en nuestra sociedad y la relación que existe entre racismo, religión y la construcción de las identidades nacionales
El filósofo alemán, H. S Chamberlain, citado por Fontette, decía: “Con Jesucristo apareció en el mundo el genio religioso absoluto; nadie estaba mejor formado que el pueblo germano para escuchar aquella voz divina”. Una expresión de petulancia, de esa soberbia de algunos intelectuales que sirven de caldo de cultivo y justificación de matanzas colectivas o individuales. A menos de 10 años de la muerte del autor de esa infeliz afirmación, una religión racista se concretizó como vagos argumentos en los dirigentes nazis que le sirvió de base al régimen para cubrir el cielo alemán con el humo producido por millones de cadáveres.
La extensa literatura que describe la presunta “descompuesta naturaleza judía” es esencialmente igual a la de sectores de la Ilustración (franceses, italianos, ingleses) sobre esa “espantosa mezcla de sangre y razas” que para ellos hacía inferiores a los españoles. Pero aquí estos últimos establecieron el mito de la “pureza de sangre” para justificar el impedimento de casamientos mixtos y a negros o mulatos ocupar altos cargos públicos o en la Iglesia. Un país con ese pasado, donde hubo esclavitud, holocausto de contenido racista hace 88 años y textos abiertamente racistas, no puede negar la existencia de racismo. Y es que, en la historia de la construcción de las identidades nacionales o de estados pretendidamente étnicos, se ha cometido todo tipo de persecuciones contra el “otro”, el no creyente o el diversamente pensante, todo por una “causa” esencialmente confusa, basada en un credo político/ideológico o religioso basado en una supuesta superioridad. Por esa “causa”, imaginariamente pura y única, es que, a lo largo de la historia, “tantos millones de personas maten y, sobre todo, que estén dispuesta a morir por estas”. Recordando a Hobsbawm. Las identidades nacionales, las especificidades culturales y algunos valores religiosos son factores claves para el desarrollo. Pero su instrumentalización, usándolos contra un “otro”, convertido en enemigo, en el pasado condujo a excesos que terminaron en catástrofes. Repetir ese pasado, como pretenden algunos, más que una obtusa soberbia, constituye una apuesta suicida e inviable en un mundo donde la construcción de las identidades nacionales es en extremo compleja, con transformaciones en los procesos productivos y con cambios demográficos y flujos migratorios indetenibles. Realidad que debe ser enfrentada con propuestas inteligentes, no con abusos e irrespeto a derechos humanos fundamentales.
Fuente: Hoy Digital

