El 50 aniversario de la muerte del talentoso y fogoso periodista Orlando Martínez nos invita a reflexionar sobre el legado de su vida y su trágica muerte, así como sobre el estado actual de la libertad de expresión y el periodismo en la República Dominicana. Este 17 de marzo de 2025 marca medio siglo desde que Martínez, un joven de apenas 30 años, fue silenciado brutalmente por su valentía al alzar la voz contra la opresión y la corrupción en un contexto de represión política bajo el régimen de Joaquín Balaguer.
Orlando Martínez fue un defensor incansable de la verdad y un crítico feroz de la corrupción y el abuso de poder. Su asesinato el 17 de marzo de 1975 simboliza no solo la pérdida de un valiente comunicador, sino también el peligro que enfrentan aquellos que se atreven a desafiar el status quo. A lo largo de su carrera, Martínez denunció las injusticias y luchó por un país más transparente y justo, convirtiéndose en un referente para las generaciones posteriores de periodistas. Su columna “Microscopio” en el diario El Nacional y su trabajo como jefe de redacción de la revista ¡Ahora! lo posicionaron como una figura clave en el periodismo dominicano, una voz que no temía señalar a los poderosos.
Al conmemorar su muerte, es crucial cuestionar si hemos avanzado en la protección de los derechos de los periodistas y en la promoción de un entorno donde la libertad de expresión sea verdaderamente respetada. Aunque la democracia dominicana ha evolucionado desde los oscuros días del régimen de Balaguer, persisten desafíos significativos. La impunidad en los crímenes contra periodistas, las amenazas y la censura siguen siendo preocupaciones constantes. La memoria de Orlando Martínez nos recuerda que el periodismo es un pilar fundamental de la democracia y que su ejercicio debe ser protegido y valorado.
Además, su legado nos invita a reflexionar sobre la responsabilidad de los medios de comunicación en la actualidad. En un mundo donde la usurpación de la profesión, la desinformación y las noticias falsas proliferan, es esencial que los periodistas mantengan su compromiso con la verdad y la ética. La lucha de Orlando Martínez por la justicia y la transparencia debe inspirar a los comunicadores de hoy a seguir su ejemplo, enfrentando los desafíos con valentía y determinación.
Hace 50 años, un brillante periodista publicó un artículo que le costaría la vida. Titulado “¿Por qué no, doctor Balaguer?”, fue una pieza audaz dirigida directamente al presidente Joaquín Balaguer, a quien Martínez acusó de perpetuar un régimen corrupto y represivo. Publicado el 1 de marzo de 1975 en su columna “Microscopio”, este texto se convirtió en el detonante de su asesinato apenas 16 días después.
A continuación, presentamos íntegramente el artículo que selló su destino:
¿Por qué no, doctor Balaguer?
Por Orlando Martínez Howley
Señor Presidente de la República, ya que usted impide que un artista del prestigio y la calidad moral de Silvano Lora viva en su Patria, ya que dejar en el extranjero a dominicanos le produce placer o ganancias politiqueras, me voy a permitir hacerle algunas recomendaciones. Espero que sobre todo medite la última.
Como usted ha dicho que en este gobierno, y parece ser cierto, la corrupción sólo se detiene en la puerta de su oficina, ¿por qué no saca de la República Dominicana a todos esos corruptos? Como aquí existe una galopante inflación de delincuentes sin uniformar y, según usted, también uniformados, ¿por qué no les ordena a los calieses del régimen que los apresen y los metan en un avión? ¿Por qué no les dice a los genízaros que prestan servicio en el aeropuerto que apresen no a los que traen cigarrillos de marihuana, sino a los pejes gordos del tráfico de drogas?
¿Por qué no manda al exilio a los que reciben comisiones para negociar contratos que entregan nuestras riquezas a las compañías multinacionales? ¿Por qué no instala en un barco a los latifundistas, a los que están negados a que este país salga del subdesarrollo y de la situación de miseria colectiva que lo acompaña?
¿Por qué no entra en ese mismo barco a quienes en la ciudad son el soporte ideológico de esos terratenientes? Y también a quienes son el sostén armado, los que dan palos, apresan y torturan campesinos que luchan por sus derechos. Como usted es enllave de los norteamericanos, ¿por qué no le solicita un portaaviones para enviar al lugar que fuese a los numerosos calieses que viven del trabajo del pueblo?
En caso de que su amistad con los Estados Unidos sea más estrecha de lo que sospechamos, ¿por qué no le pide al Pentágono un cohete último modelo con el objetivo científico de crear una colonia de calieses en la luna? ¿Por qué no desaparece de la vista de los dominicanos honrados, que son la mayoría, a todos los vagos que en este gobierno cobran sin trabajar?
¿Por qué, tómelo en cuenta, no deposita en un cómodo asiento de primera a los funcionarios irresponsables que se las dan de Fouché contemporáneos y a la hora de la responsabilidad no dan la cara?
Y mi recomendación final: Si es inevitable que esta situación continúe, si es imposible evitar actos indignantes y miserables como el que presencié el domingo en el aeropuerto, ¿por qué, doctor Balaguer, no se decide usted a subirse en el avión o el barco y desaparece definitivamente de este país junto a todos los anteriormente mencionados?
Este artículo, cargado de sarcasmo y una crítica implacable, expuso la podredumbre del régimen de Balaguer y selló el destino de Martínez. Su muerte, ocurrida en una calle de Santo Domingo cerca de la Universidad Autónoma, fue un mensaje claro del poder: quienes desafían al sistema pagan el precio más alto. Sin embargo, su sacrificio no fue en vano; su voz sigue resonando como un símbolo de resistencia y un recordatorio de los costos de la verdad.
En conclusión, al recordar a Orlando Martínez, no solo honramos su memoria, sino que también renovamos nuestro compromiso con la defensa de la libertad de expresión y el periodismo independiente. Su vida y su muerte deben servir como un llamado a la acción para todos aquellos que creen en la importancia de una sociedad informada y justa. Pero también debe ser un faro para construir una sociedad donde los Orlando sean el promedio y no, como hasta ahora, la malograda excepción. A 50 años de su muerte, su legado sigue vivo, desafiándonos a no bajar la guardia en la lucha por la verdad y la justicia.