Pavel De Camps Vargas
Con la partida del primer Papa latinoamericano, el mundo despide a una figura que reformó la Iglesia con humildad, rompió moldes con su lenguaje directo y dejó un legado de compasión, justicia social y apertura al cambio.
El Vaticano ha confirmado el fallecimiento del Papa Francisco, el primer pontífice jesuita, argentino y latinoamericano de la historia. Su muerte, ocurrida en la residencia de Santa Marta a los 88 años, ha causado una profunda conmoción global. Líderes religiosos, jefes de Estado, intelectuales, fieles y hasta críticos se han unido en una misma voz para reconocer el papel histórico de Jorge Mario Bergoglio: un Papa que desafió la solemnidad del cargo para abrazar la sencillez, hablar sin filtros y devolverle a la Iglesia Católica una cara humana, cercana y combativa ante las injusticias.
El Papa que cambió el tono, no la fe
Desde su elección en 2013, Francisco rompió con siglos de formalismos. Rechazó vivir en el Palacio Apostólico para quedarse en la humilde Casa Santa Marta. Viajaba en autos pequeños, lavaba los pies a presos y migrantes cada Semana Santa, y convirtió al papado en un púlpito global para hablar no solo de Dios, sino de pobreza, migración, corrupción, cambio climático, guerras, abuso sexual en la Iglesia y derechos humanos.
Fue incómodo para muchos dentro del Vaticano, pero amado por millones fuera de él.
Sus reformas no fueron solo estéticas. A nivel institucional, Francisco impulsó una modernización de las finanzas vaticanas, luchó contra el clericalismo, creó comisiones para enfrentar los abusos y abrió el diálogo sobre temas antes intocables, como el papel de las mujeres en la Iglesia, la posibilidad del celibato opcional o el respeto a personas LGBT.
Las frases que lo inmortalizaron
Francisco no hablaba en latín, hablaba en X (Twitter). Su lenguaje fue directo, humano, a veces provocador. Estas son algunas de sus frases más emblemáticas:
«¿Quién soy yo para juzgar?» — Sobre los homosexuales, rompiendo décadas de condena en una sola pregunta
«La Iglesia es un hospital de campaña después de la batalla.» — Para recordarle al mundo que su rol era sanar, no condenar.
«El dinero debe servir, no gobernar.» — Una crítica directa al capitalismo salvaje.
«Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por encierro.» — Llamado a una fe activa, no de museo.
«La indiferencia mata.» — Denunciando la falta de empatía global ante los migrantes y los pobres.
Fuente: La Información