El precio invisible del progreso
El consumo energético IA se ha convertido en una nueva amenaza silenciosa.
Cada consulta a un chatbot, cada imagen generada o video creado con inteligencia artificial esconde un gasto eléctrico colosal. Entrenar un solo modelo puede requerir tanta energía como la que una familia promedio usaría en 120 años.
Los centros de datos —los pulmones digitales del planeta— consumieron 460 TWh en 2022, el 1,7% de toda la electricidad global. Si nada cambia, esa cifra podría duplicarse en apenas tres años, alcanzando niveles de consumo comparables al de países enteros.
Un futuro en tensión
La paradoja es clara: una tecnología creada para optimizar recursos está drenando los del planeta.
Cada búsqueda impulsada por IA gasta hasta cinco veces más electricidad que una tradicional, y en 2027 podría demandar 146 TWh, equivalente al consumo anual de Argentina.
El agua también paga el precio. Los centros de datos utilizan hasta 1,5 millones de litros diarios para enfriar sus servidores, en muchos casos en regiones con escasez hídrica.
Gigantes como Google, Microsoft y Amazon prometen operar con energía 100% renovable, mientras startups como Groq y Positron apuestan por chips más eficientes. Pero el reto es monumental: ¿cómo alimentar la revolución digital sin agotar los recursos naturales?
Entre innovación y responsabilidad
La inteligencia artificial puede ser aliada o amenaza.
Su potencial para optimizar redes eléctricas y acelerar la investigación climática es enorme, pero sin un cambio de rumbo, sus centros de datos podrían representar el 3% de las emisiones globales de CO₂ antes de 2030, igualando el impacto de la aviación comercial.
El futuro energético del planeta se juega hoy. La clave está en lograr que el consumo energético IA evolucione al ritmo de la sostenibilidad.