Incendio catastrófico el de California

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Rafael A. Escotto.

Mientras observábamos ate­rrados el infernal incendio me pareció escuchar en Los Ángeles, California, a una señora recurrir a Lucas, compañero del apóstol Pablo y autor del evangelio. La señora decía, en idioma español: «Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, pues estoy en agonía en estas llamas».

Dicen algunos que escucharon y vieron en la televisión el evento de las nominaciones de la 97ª edición de los Premios Oscar, de Hollywood, el cual se pospuso por los fuertes incendios que afectan a Los Ángeles, California, Estados Unidos.

Según apareció en los medios de comunicación de Los Ángeles, la presentadora se burlaba de Dios. Leyendo el libro de los Números, escrito por Moisés, encuentro un mensaje, a propósito de Dios haber oído a la presentadora quejarse de mal manera. Dice la Biblia que Dios se enardeció de furor y se encendió en ellos el fuego del Señor y consumió en extremo el campamento. No sabemos si en verdad hubo tal pronunciamiento.

En España se incendiaron recientemente miles de hectáreas y no sucedió nada similar cuando se celebraron los Premios Colón de Oro, perteneciente al Festival Iberoamericano de Huelva, ni tampoco cuando la academia del cine francés celebró los Premios César. Las profecías del fin de los tiempos han fascinado a la humanidad desde tiempos inmemoriales.

A medida que el mundo enfrenta retos y cambios constantes la búsqueda de respuestas en textos sagrados como la Biblia se vuelve cada vez más rele­vante. En el Antiguo Testamento, el libro de Daniel presenta visiones apoca­lípticas que describen una serie de reinos y eventos que culminarán en el juicio final. Entonces, por qué hay que asociar el incendio de Los Ángeles con los pronunciamientos de una persona que se aprovechó de un escenario. En California, desde tiempos inmemoriales, ha habido fuegos forestales. Eso es propio de ese lugar, nada que ver con la ira divina ni asuntos demoníacos. Es probable que la presentadora de los premios sea atea y aprovechó ese escenario para llamar la atención.

Ahora bien, en uno de los sesenta y seis libros escritos por el profeta Moisés aparece la ley que dice que si alguien peca inadvertidamente e incurre en algo que los mandamientos del Señor prohíben es culpable y sufrirá las consecuencias de su pecado, pero solo esa persona será castigada.

Aquí, en la República Dominicana, un país aparentemente cristiano, estas clases de catástrofes —incendios, te­rremotos e inundaciones— se asocian con el castigo contra quienes hablan en contra del Espíritu Santo y contra quienes rechazan su obra. Sin embargo, el pueblo norteamericano forma parte del cuerpo de Cristo y comparte su fe con Dios.

Los pueblos que son de Dios, como Estados Unidos, lo son por su extrema generosidad, con propios y extraños. Ningún país le abre sus puertas a extranjeros para que trabajen y puedan desarrollarse, como los Estados Unidos. Tenemos que comprender y exaltar ese desprendimiento del pueblo norteamericano. El rey Salomón, en sus Proverbios, se preguntó: ¿Puede alguien caminar sobre las brasas sin quemarse los pies?

Los incendios como el de Los Ángeles no son castigos de Dios, muchos de ellos son propios de la naturaleza y otros son provocados por la irresponsabilidad del hombre. Para quienes provocan el fuego dice Mateo que irán al castigo eterno, pero los justos a la vida eterna. El pueblo norteamericano es un pueblo justo y de fe en Jesucristo.

Pensemos entonces y esperemos con fe que a pesar de esta catástrofe tan dolorosa y terrible el pueblo de California tiene la promesa más reconfortante que es la ausencia total de sufrimiento. El libro de Apocalipsis describe cómo en la nueva Jerusalén «no habrá más muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor».

Uno de los aspectos más dolorosos de la vida terrenal es la sensación de separación de Dios, ya sea por nuestras propias transgresiones o por la distancia espiritual que podemos sentir en tiempos de dificultad. No es posible que por lo que supuestamente expresara una presentadora de televisión el pueblo de Los Ángeles sea llevado a morir en el fuego.

Frente a lo terrible que ha sido este incendio vale traer a este artículo lo expresado por el presidente CEO de La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMPAS), Bill Kramer: «Nuestros miembros siempre han destacado la importancia de la comunidad y estamos comprometidos a aprovechar esta oportunidad para celebrar nuestra industria resiliente y compasiva. También planeamos honrar a los trabajadores de primera línea y reconocer a los afectados, alentando a todos a unirse a la Academia de los Oscar para apoyar los esfuerzos de socorro».

Ese es el pueblo estadounidense, compasivo, misericordioso y abundante en fidelidad, como escribiera Moisés en el libro de Éxodo.

Fuente: LaInformacion.com.do

 

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